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Del origen al límite entrada (recuperada y revisada) parte 4 y última.

A modo de conclusión:  algunas ideas míticas sobre la profesión de ayuda.

El trabajo en la relación, no es algo que surge de forma espontánea. Como ya he señalado necesita de reconocimiento. Esta idea del reconocimiento como valor no es algo que se suela expresar con facilidad; en positivo.
En mi caso es un valor que he descubierto mas como un agravio, es decir cuando he notado que no lo tenía. Para mi tiene que ver con la escasa dimensión política con la que afrontamos nuestras tareas. Cuando ejercemos una profesión de ayuda en un contexto social, más allá de  proyectar nuestros valores (cuestión importante), en primer plano hay una cuestión de articulación de derechos humanos a través de nuestra propia persona. Si esto no nos lo reconocen, si no nos lo reconocemos, más que una cuestión social y política aparece una sensación de instrumentalización de las personas. Es más, en ocasiones los propios profesionales, creamos contextos en los que favorecemos este tipo de relaciones.
Tengo la hipótesis de que -ser y -tener  sensibilidad ante  las necesidades de los demás es un valor que nos llega  como una información de  generación en generación. Es una cuestión de “Justicia social”.  Quizás  también una cuestión de género: en mi caso,  una manera de acercarme y de comprender las dificultades y el sufrimiento de las mujeres de mi familia. En un mundo profesional plagado de mujeres, es una forma de comprender el dolor. El dolor del  que no se habla. Escenarios de dolor en el  que solo se actúa.
Una necesidad de reparación social  que he recibido implicitamente en las vivencias  como víctimas, como otros tantos,  que transmiten los traumatismos de la guerra civil.
Es difícil hablar de esto. De hecho en mi familia no se habla en términos racionales, se expresa en forma de actos y en forma de compensación de las necesidades que se han vivido en  generaciones anteriores.
Esto me hace  tener  una visión determinada del mundo. En otras palabras, me hace ser   más sensible, especialmente sensible, a las palabras y a los hechos de los otros. Una familia, plagada de sucesos,  favorece la sensibilidad hacía la ayuda; una excesiva sensibilidad y facilidad para acsercarse a las situaciones de ayuda. El mito de la ayuda es muy rico; lo que favorece la actuacion profesional y a la vez crea muchos problemas. ¿Donde está el límite?
A veces este torrente de ayuda, de  “sensibilidad extrema hacia la ayuda”  está reñida con la empatía, puede anular al otro.  Una excesiva sensibilidad puede tener mayor relación con las propias necesidades de atención sobre uno mismo que con la escucha de las demandas explícitas o implícitas. A la vez, ser consciente me ayuda a poner freno y límite en la relación profesional de ayuda.

jovenes

Esta situación se vuelve cotidiana, habitual, cuando un operador social se deja llevar por su mundo emocional, poniendo más fuerza en la escucha interior – a veces incosnsciente-  que por la comunicación.
Decimos -los que actuamos como supervisores-  que los profesionales de ayuda somos los que menos nos dejemos ayudar. Decimos también  que en las transacciones de ayuda obtengamos beneficios secundarios. Ambas cuestiones – como fenómenos relacionales- son dificiles de aceptar.

Al menos dos ideas míticas aparecen aquí:  una, la de que las personas que ayudan están en una cierta “asepsia” emocional en las relaciones con los demandantes de ayuda, es decir; deben de ser distantes, fríos, etc., cuando es precisamente lo contrario lo que hace más efectivo nuestro rol.
La capacidad de conocerse y de reelaborar orígenes es, precisamente, lo que da un sinfín de herramientas. Otra idea mítica es pensar que la ayuda es unidireccional.
Si soy honrado y si las personas que leen este escrito -trabajadores de ayuda a  personas- lo son también, sabrán e identificarán que tras cada intercambio con un demandante de ayuda, uno es distinto y puede aprender algo. Dicho de otra forma,  es  una oportunidad de mejorar.

Estas son algunas de las cosas que puedo relatar y que creo que puedo ver. Luego están las que no puedo ver, sobre las que tengo una cierta “ceguera”. Como no las puedo ver… no las puedo relatar salvo que el trabajo en equipo o la supervisión me ayude a identificar estos puntos o actitudes. Al final, los otros, son los que pueden ver por mi; en definitiva los que me ven.

Alguna de estas cosas tienen que ver con mi familia de origen, en  este caso concreto,  las que he relatado tienen  que ver con reflexiones con la “perdida del origen” y la elección de una frontera. Como un límite y como una posibilidad.

Lo más interesante, es que estos valores y conflictos: la ayuda, el mejorar lejos de donde uno viene, la confusión sobre el origen personal y  el de la familia. Lejos de ser un lastre, son posibilidades para desarrollar mi trabajo como operador social: como educador social, terapeuta familiar o supervisor. En los diferentes contextos me resultan útilies.
Se conforman como valores y diferencias para dar continuidad a una saga, diferencias sobre una diferencia, que ya existía anteriormente.

Para terminar me gustaría hacer una declaración en positivo, desde la experiencia, sobre la que me puedo apoyar con convicción y rotundidad. He defendido y defenderá el conocimiento de  personas de otras culturas, que es necesario que nuestros jóvenes salgan de nuestro entorno como un proceso formativo y socioeducativo más. Que no somos iguales y que en la diferencia -dentro del respeto a los valores y derechos universales- existen posibilidades infinitas de socialización. Que en el descubrimiento de cada frontera como una posibilidad, como una aventura… mejoramos… estoy seguro… que  el viaje ha merecido la pena, que siempre hay un viaje de retorno y además,  ya lo dijo mi tío:   “¡José estuvo aquí!”.– Revisado y corregido en 2009 y 2019 para la publicación en cuatro post –

ESCRITO  y PUBLICADO ORIGINALMENTE EN DICIEMBRE DE 2004

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